4AD[2012]
[7,2]
Músico prolífico como pocos, desde sus comienzos en la escena grunge con Screaming Trees, sus diversas colaboraciones con un gran variedad de músicos y bandas, Mark Lanegan lanza el que es su décimo trabajo de estudio en solitario, titulado Blues Funeral (2012), y el primero sin la colaboración de Isobel Campbell tras el Bubblegum de 2004. El estilo sobrio y desértico se mantiene como su propia voz, curtida a base de tabaco y whiskey, aunque con la inclusión de distintos géneros que ofrecen algunos temas una visión distinta de lo que nos tiene acostumbrados.
Como nos viene teniendo acostumbrados, la dinámica se mueve entre los temas del blues más áspero y sombrío de Deep Black Vanishing Train, y el rock más sucio y rudo de Riot In My House. La diferencia se encuentra en un par de cortes, donde juguetea con un disco muy personal y adaptado a la estética musical de Lanegan con Ode To Sad Disco, título perfectamente escogido para un tema algo mediocre aunque original, entre otras distintas perspectivas musicales.
La simpleza primordial de las canciones se apoya en un trabajo de arreglos que encaja, como siempre, a la perfección con la cruda sensibilidad de la torturada voz de Lanegan. Como Josh Homme dijo una vez: “Si Lanegan canta sobre pasta de dientes, me entran ganas de cepillármelos”, y creo que es la definición perfecta. Es una voz que penetra en lo más hondo del subconsciente, haciendo de toda melodía un perfecto trabajo de emotividad y técnica, de la cual no sobresale, pero te convence de que sí. Es una característica inusual la de un cantante que sin una sobresaliente calidad técnica, hipnotice con cada nota que brota de su garganta.
Por lo tanto es un disco que destaca en la emotividad que emana, pero esto no se puede llevar a cabo sin una instrumentalización que la induzca. Mientras, la progresión de los temas se basa en estructuras básicas, el uso de coros, arreglos instrumentales y ecos en una producción porosa, abrupta y potente que encuentra su mayor exponente en The Gravedigger´s Song, primer single de este trabajo y prima hermana de anteriores temas suyos como Metanphetamine Blues, al igual que en los temas más suaves con una fluidez excepcional, como Leviathan o St. Louis Elegy, dando cuenta de un amplio registro musical y de producción, llevada a cabo por Alain Johaness, espectacular tanto delante como detrás de la mesa de mezclas.
Hay alguna que otra mala elección, como algún que otro guiño a la electrónica instrumental de Tiny Grain of Truth, con un uso del MIDI más básico que no pasa el aprobado justo, si no se queda por debajo. Pero el fatal error de este disco está en Harborview Hospital, un tema que bien podría haberse quedado fuera. Con un estilo que recuerda al U2 más tedioso y soporífero, el experimento no parece haber dado un resultado muy prometedor.
La evolución y la experimentación son factores clave en el desarrollo de un músico y absolutamente necesarios para su trabajo, pero, aunque interesantes, en este álbum representan los puntos débiles del mismo. Su estilo es tan cautivador como veinte años atrás, y con tan vasta carrera musical probar distintas expresiones de su trabajo resulta comprensible y lógico, pero no da el resultado esperado, apareciendo como puntos distantes respecto a la idea global del álbum. De cualquier manera es un disco interesante, con la onírica atmósfera del desierto clásica del artista, y aunque en algún momento parezca que el tren descarrila ligeramente, logra encontrar de nuevo su camino original.
por José Roa
