Superestrellas de usar y tirar

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[td_block3 category_id=»2772″ limit=»10″ offset=»1″ ajax_pagination=»next_prev» custom_title=»+ en La Guillotina»]

Cerca de mi casa, en un semáforo que rige una estrecha calle madrileña, hay un hombre que lleva vendiendo kleenex desde que mi memoria es capaz de almacenar recuerdos. Por eso, siempre en la caótica guantera de mi coche se apilan decenas de pequeños paquetes de pañuelos, cuya vida y fin se reduce a una limpieza rápida, un uso efímero que marca el fin de su utilidad, directa a la basura en cuestión de segundos.

Este nómada urbanita nunca ha abandonado su puesto, ristra de paquetes en mano. El hombre hace lo que puede, aguanta, sobrevive. Sus homólogos de corbata al cuello y montantes desorbitados comercian con artistas como mi viejo amigo con míseros kleenex. Uno lo hace para comer, los otros para que sea caviar.

Mantengo un sistema de creencias bastante -quizás demasiado- firme y tengo la absoluta certeza de que, si alcanzas la fama en un suspiro, cuando exhales el aire se llevará consigo la popularidad. En 2007, Paul Potts sufrió ese destino. Muchos ni siquiera se acordarán de quién era, así que aquí dejo un pequeño recordatorio:

Este hombre ganó la final de ‘Britain’s Got Talent’, el programa de José Luis Moreno en versión anglosajona. Pasó de ser un vendedor sin rostro a representar la esperanza operística del nuevo siglo, todo gracias a la magia histriónica de la caja estúpida. Una interpretación excepcional del clásico ‘Nessum Dorma’ que le valió la fama durante algo más de un año, quizás dos (tocando fondo al pasearle al raso nivel de La Tigresa del OrienteDelfín en aquel primer y último YouFest); precisamente hasta que surgió la nueva sensación del momento: Susan Boyle.

La cantante escocesa ganó el mismo programa que dos años atrás encumbrara a Potts y le arrebató el título de “superestrella campechana e insospechada”. Pero esa brillante carrera musical duraría poco, aún menos que la de su predecesor; porque ese es el paradigma de estos casos, una ley física e inamovible: la progresión de la fama es inversamente proporcional al número de homólogos que te preceden. [inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]Hablando claro, cuantos más “Boyles” y “Potts” haya habido antes que tú, menos tiempo te durará el elixir de la fama[/inlinetweet]. Tal es el caso de Boyle, que ha entrado en la irreversible dinámica de álbumes navideños y, recientemente, buscó trabajo como cajera en una casa de apuestas de su propio pueblo. No será por necesidad económica (se estima que su fortuna alcanza los 20 millones de libras), pero cuando tu fulgurante carrera musical va viento en popa, no buscas un trabajo de esas características.

[inlinetweet prefix=»» tweeter=»» suffix=»»]El síndrome de abstinencia de estrellas fugaces de carne y hueso se hacía insoportable, pero justo a tiempo ha llegado Cristina Scuccia[/inlinetweet]. La metástasis de ‘La Voz‘ continúa extendiéndose por cada país del planeta y, en su versión italiana, una monja de 25 años ha vuelto a hacerlo, asombrar a un jurado compuesto por semi-estrellas de caspa y pose y un público sin criterio ni juicio crítico. Que la chica sea buena no lo niego, pero que vista túnicas en vez de vaqueros no es un plus; es extraño, exótico, pero no un factor positivo. Y el resultado ha sido lógico y acorde a esta ley que comentaba: surgió, explotó por todas partes y, ahora, ha decaído, quizás porque cada vez los estímulos son mayores que en la anterior ocasión y el minuto de gloria ha pasado a ser el nanosegundo de curiosidad. Veremos en qué queda su caso.

Yo quedé boquiabierto cuando vi a Paul Potts; cuando apareció Susan Boyle no pude evitar pensar “canta bien, pero otro Potts”; ahora con Scuccia, me da pena que pueda creer que los aplausos histéricos son algo más que cartón-piedra. Es fácil predecir su futuro, desgraciadamente. Esta gente acude a estos programas para cumplir un sueño que nunca se ha encontrado entre sus platós, engañada por una promesa vacía que estos vendedores de kleenex venidos a más jamás pensaron cumplir.

José Roa
José Roa
Músico y periodista, formó parte de HABLATUMÚSICA.com de 2010 a 2014, llegando a ser editor jefe y alcanzando especial repercusión con su columna 'La Guillotina', editada en 2013 y 2014.

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