Se le puede llamar pop, rock o incluso esa etiqueta y cajón de sastre deformado llamada indie. Incluso es posible rendir pleitesía y apodarlo cósmico o grecolatino, evitando géneros, influencias y meteduras de pata. Pueden también llamar a esto propaganda o contrapropaganda pero sigue siendo el momento de reivindicar a una banda que lo hace todo por llevar el rock a nuevas estepas de la música nacional con carácter, firmeza y calidad. Y no queda más que aplaudir. Cuando se tienen las canciones y la actitud es complicado que algo salga mal. Pero a veces ocurre. El debut de Mucho se antojó tan prometedor y llamativo como ignorado por un público de gran escala que necesita de aquella chispa que nadie conoce para calar entre los grandes nombres.
Después de dos intensos años de presentaciones, tiempos en blanco y resurgimientos, volvía la banda toledana a la sala Sol y a ese particular horario que es capaz de convertir al santo en crápula. Regresaban a su cuartel madrileño para presentar El apocalipsis según Mucho, el álbum que debe completar la justicia de una banda que en directo sigue siendo más aún.
Poco importa entrar a debatir a estas alturas si el timbre de Martí Perarnau ha salido de una imaginaria academia televisiva indie. Analizar la voz de un cantante en el mundo del rock es como entrar a cuestionar las guitarras de Velvet Undergound o el sonido de Exile On Main Street. Lo único que ayer importaba era que Mucho comenzó con Millas y lo hizo como si fuera la canción de despedida, con esa intensidad final tan épica que no abandonaron ni cuando encararon Si quieres, no ni con Los hijos del mal. Lección bien medida de intensidad la de anoche.
En el escenario un presente que mide su futuro, entre el público su pasado más cercano. Jero Romero, antiguo cantante de The Sunday Drivers que ahora vuela en solitario, y Fausto Pérez, componente de ambas formaciones, asistían al segundo asalto de los de Toledo, una segunda batalla en forma de álbum conceptual. Una quincena de canciones pasaron por las paredes que tanto callan de la sala entre las que sonaron El sitio incorrecto, Las plantas o La larga risa del emperador, donde, como dijo Perarnau, se alinean Stevie Wonder y Quincy Jones en unos teclados que apuestan por buscar nuevas sonoridades en el discurso plagado de guitarras que abrazan a Estados Unidos. Sustancia fundamental puso el punto final con la fuerza de uno de los mejores cortes del álbum que se mueve entre unos The Who en su versión más grandiosa y a los Carros de fuego de Vangelis. Mucho lo dieron todo, como si no hubiera mañana.
- Fotos por PEDRO MORAL