Soundgarden | King Animal

Fecha:

  • SEVEN FOUR ENTERTAINMENT
  • 6,9
  • por José Roa

Probablemente los auténticos padres y predecesores del más tarde comercializado grunge, pioneros del desgañitado rock de Seattle en los noventa y baluartes incondicionales de culto de aquella época. En una ola de reuniones obligatorias unas e innecesarias, incluso dolorosas otras, la de Soundgarden llegó como agua de mayo para muchos que soñaban con el día y se aferraban a ello como una profecía de un mito olvidado. Tras dos años desde el día en que los de Chris Cornell volvían juntos a un escenario, lanzan su sexto álbum de estudio, King Animal (2012), dieciséis años después de aquel Down on the Upside (1996).

Mientras, gran parte de sus coetáneos y su propio hábitat musical implosionaba ante un desproporcionado conflicto de ideales, ellos actuaban por debajo del radar, se movían entre las sombras alejados de dramas, polémicas, tensiones o desgracias a la vez que ponían un freno, entonces definitivo, a su carrera debido en gran medida al simple aburrimiento del negocio musical. En la consecuente dispersión de sus miembros algunos permanecerían plácidamente en el camuflado anonimato de la colaboración, otros como Matt Cameron encontrarían su lugar en otras bandas, en su caso Pearl Jam, al tiempo que Cornell fundaría el “supergrupo” Audioslave de las cenizas de Rage Against the Machine y, tras su separación, se embarcaría en una carrera en solitario que le guiaría por derroteros pseudo crooner, una parodia involuntaria a medio camino entre Enrique Iglesias y Justin Timberlake; algo ligeramente grotesco. Por ello y mucho más, este disco era necesario, aunque sus deficiencias se encuentren más en su esencia que en su presentación, irónicamente.

Como profesionales que son, es un álbum quirúrgicamente ensamblado. Pero como todo cirujano, sigue unas normas estrictas y fijas, que es de lo que más peca este álbum. Las fórmulas que apreciamos evolucionar y conformarse a lo largo de su carrera, sobre todo conforme se acercó el final temporal de la banda, son las que utilizan aquí, con una notable bajada de decibelios, menor concentración en la fuerza de su sonido y un sabor añejo modernizado. Por lo tanto, ideas frescas sobre unas plantillas recurrentes; pero eso sí, estas siguen funcionando como el primer día. Tenemos Bones of Birds en la senda de Black Hole Sune, así como By Crooked Steps con Rusty Cage con las características reconocibles de la banda: enrevesadas métricas de compases, riffs anodinos y desgarradas líneas vocales. Con singles potenciales como Been Away for Too Long, Attrition para los que necesitan una mayor dosis de adrenalina o Halfway There en pastelosos registros de balada de libro, los temas realmente más interesantes escapan de esta categoría.

Blood on the Valley Floor es una fabulosa regresión al purismo anclado en los noventa; se desmarca a base de los ingredientes comunes de la formación y un desinterés por lugares comunes, explorando estos desde un prisma absolutamente novedoso en sus cuasi psicodélicos estribillos. Con A Thousand Days Before tantean un camino farragoso entre el rock, la música hindú y los ritmos latinos, por ello interesante y un total despliegue de talento, aunque alguna sección chirríe cuando se toma perspectiva sobre esta particular mezcla. Y cerrando el álbum, otra apuesta arriesgada y ganadora con Rowing, un cántico de reminiscencias nativoamericanas que en su perdido lamento encuentra su clave.  Cuando suenan Black Saturday o Worse Dreams, -algún otro momento también- tengo la ligera sensación de que en cualquier momento va a robarle el micrófono Eddie Vedder, quizás por la asociación de Cameron y su estilo a PJ, o en todos estos años han avanzado hacia un lugar común que los de Vedder, al no abandonar, lo han hecho suyo.

Pero el micro sigue siendo de Cornell que, aunque no tenga la voz en el estado de sus inicios o algunos años atrás, sigue siendo inconfundible y forzando hasta que las cuerdas vocales se rasguen, subrayando su siempre trabajado de armonías vocales, nunca exagerado, pero siempre valioso. Kim Thayill a la guitarra mantiene sus bizarras composiciones en el punto adecuado, algunas más imaginativas y otras más comunes, con una ejecución excepcional, acompañadas de igual manera por las cuatro cuerdas de Ben Shepherd en un trabajo de igual calidad y protagonismo. Los cuatro como compositores demuestran una química que no es común en bandas con tantos años de separación, algunas más destacables que otras, pero todas técnicamente de gran profundidad y absoluta calidad.

Comercialmente han estado siempre a la sombra de otras grandes bandas de la década que consiguieron hacerse con un reconocimiento mayor, facilitado sin duda por su desinterés en tales cometidos. Aun así son considerados tanto por sus fans, como por amantes del grunge y la escena independiente de la época como el máximo ejemplo musical e ideológico de dicha vertiente. Con este disco la sensación es que nos hemos perdido una evolución conjunta desde entonces que realmente nunca ha sucedido, llegando a un álbum de menor temperamento, rico en todos sus matices aunque el motor quede a medio fuelle en alguna que otra ocasión. Un buen regreso que, sin ser decepcionante, tampoco es espectacular. Aunque solo sea porque Chris Cornell no haya sacado más trabajos en solitario, este álbum se ha ganado mi eterna gratitud.

  • Y a ti, ¿qué te parece el disco? Ecúchalo aquí mismo.
José Roa
José Roa
Músico y periodista, formó parte de HABLATUMÚSICA.com de 2010 a 2014, llegando a ser editor jefe y alcanzando especial repercusión con su columna 'La Guillotina', editada en 2013 y 2014.

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